Hoy la clase ha sido tranquila: ni vomitonas ni lloros. Al menos no demasiados, quitando un par, tres, cuatro, cuatrocientos incidentes con A, que no paraba de empujar a lo demás, quitarles sus cosas, meter y sacar chupetes como si los bebés fuesen muñecas:
A., se acerca al bebé y le saca el chupete. Éste se pone a berrear porque no entiende lo que pasa ni adivina por dónde le vienen los tiros (mira alrededor buscando un adulto que le devuelva el trocito de plástico a la boca). A., mira al bebé en plan “Y a este qué le pasa. Que yo mando, y si digo que le quito el chupete pues se lo quito. Además, mira qué raro, cómo berrea, cuánto ruido”. Así que vas tú y a la de tropecientos ya levantas la voz y te pones muy seria. Hay que quedarse mirando un rato, porque si te despistas vuelve a la carga, la tía… Y bueno, al menos los chiquitines hacen más caso… Ya veo que los mayores ponen más a prueba, para ver hasta dónde les te dejas.
Voy saludando a todos uno a uno (qué difícil es acordarse de los nombres de todos), y cuando me giro a darle un besito a O., estira los brazos y me apoya la carita triste en el hombro, dejando flojas las piernas para que note yo que, si quiero, se tira todo el día dándome achuchones. “Se nota que en casa le miman mucho, es su forma de expresar que echa de menos a los papás”.
A mí al principio me parecía que a lo mejor estaba malito, pero luego ya la profesora me dijo que no, que si les dejas se ponen cada vez más cariñosos y se pasarían el día así. Es complicado ¿qué se supone que tienes que hacer? ¿es una necesidad emocional del niño que la maestra debe resolver? ¿hasta qué punto? ¿solo un ratito y luego le pones a “jugar”? Me imagino que estas cosas las vas viendo más claras a medida que adquieres experiencia, pero también me da la sensación de que con el tiempo te “insensibilizas” al lloro del niño, y tampoco quiero eso. Como con A., un niño al que se notaba muchísimo que le dolía en el corazón la ausencia de los padres, cada vez que te miraba con sus lagrimones rodando por las mejillas y después señalaba la puerta, mientras intentaba articular con la lengua detrás del chupete “apá, apá, amá, amá”.
Luego en la asamblea la maestra se ha puesto seria con M., que después de un mes de periodo de adaptación todavía no se sentaba con los demás, sino que miraba a escondidas desde detrás de una mesa mientras daba el biberón a su muñeca. “Venga, ya toca sentarse con los compañeros”. Y M., te mira con cara muy afectada y te dice que “nonono” con el dedito.
Aúpa y culo al suelo, hombre, con los demás. Parece que se le cae una lágrima pero pronto alucina con las canciones de la profe y participa como la que más. Cuando ya ha terminado la asamblea me quedo jugando con un par de niños, y de pronto veo que M., tiene una lagrimilla debajo de cada ojo y está como asustada. Espera, a ver si va a ser que… “¡M., que ya te puedes levantar! Venga. A jugar con las casitas”, y la pobrecita me mira aliviada y se va a coger de nuevo su muñeco favorito.
Mientras les descalzamos y les pringamos los pies con pintura marrón y amarilla para hacer las hojas del árbol en otoño (de uno en uno, qué cara con la sensación de la pintura en los pies, con el hecho de dejar marca, cuántas expresiones, cuántas diferencias, cuántos matices en sus reacciones) me dice la profesora que aquí no puede hacer muchas cosas de mancharse: “claro, me los mandan con camisas de Tommy, de Hugo Boss, y qué quieres. Pues no hacemos nada. Luego vienen los papás y te echan la bronca porque se habían gastado 150 euros en ese polo. Yo intento decirlo en las reuniones, pero no hay manera”.
Mal, algo hay que hacer con esto. No me gusta el babi, pero en situaciones así parece que es la única opción…
¡Llevad a los niños al cole con un chándal viejo y muchas ganas de mancharse! Luego les ponéis bonitos para ir al parque, o al paseo, o a la cena. Cada cosa a su tiempo, papás.
Al final he conseguido quitarme de encima a O., y he visto que se entretenía jugando por ahí sin acordarse ni un poquito de mis mimos. FENÓMENO.
Pues nada, otro día más. Hasta la semana que viene.