Tribulaciones de opositora

Encuentro que lo más difícil de ser opositora es la obligación de vivir. Conseguir establecer prioridades en medio de tanta rutina y tan poco tiempo libre (hablo de tiempo libre real, efectivo, no de esas horas muertas sin hacer nada delante del ordenador).

Una se levanta por la mañana ya perdiendo de vista las oposiciones, con la cabeza llena de lavadoras, montañas de ropa por planchar, baños llenos de marcas de jabón, menús poco saludables, fresas podridas que hay que gestionar antes que la cosa se ponga aún más fea.

También está el trabajo. Esa ocupación (qué bonita palabra) que te distrae y con suerte te motiva (si eres de las afortunadas que trabajan en lo que te apasiona), pero que genera un vacío importante dentro de las escasas 24 horas del día. Un vacío que podrías estar llenando de estudio, como todas las decenas de vacíos que supone cualquier actividad que no sea estudiar.

Y lo peor es que aún tienes que dormir, comer, asearte.

A todo esto hay que sumarle el inglés. Bendito inglés. Ese idioma que te abre tantas puertas pero que requiere de un coñazo de proceso soporífero hasta conseguir el dichoso papelito, certificado que acredita que sí, que sabrías defenderte. El inglés es clave para sacar las oposiciones, seguro. Pero no son las oposiciones.

La maquinaria de la opositora tratando de priorizar goals se pone en marcha. Sale humo. Mucho humo. Crees que vas a estallar.

¿A-qué-debería-dedicar-mi-tiempo?

¿A estudiar oposiciones? ¿A estudiar inglés? ¿A mantener un lugar digno en que vivir? ¿A planificar un menú decente y saludable? ¿A disfrutar cada segundo de mi vida? ¿A permitirme desconectar mirando al infinito un rato bien largo?

Al final, ser opositora es algo así como no quedarte otra que intentar ser Beyoncé: tienes que intentar llegar a todo. En el camino a la perfección, por ahí en medio, debe ser que en algún momento se alcanza la meta.

 

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Tribulaciones de opositora

¿Me voy a Alemania?

En la anterior entrada ya avancé algo, creo: me han ascendido en el curro. He pasado de la hostelería a una sección de ventas en la empresa en la que trabajo y, aunque en un primer momento me lo había tomado como casi casi lo mejor que podría pasarme en la vida, la realidad ha sido un trastazo bien duro contra el suelo. En mi cabecita soñadora me había hecho la ilusión de que, cambiando de curro, iba a ser un poquito más feliz y… Lo cierto es que casi no he notado el cambio. Me siento fatal, porque tengo compañeros que sueñan con que les pase lo que me ha pasado a mí, pero debo ser honesta conmigo misma.

Creo que, de manera inconsciente, esperaba rescatar esa misma emoción que he sentido cuando trabajaba con niños en el aula. Pero nada que ver. He cambiado de función, voy a cobrar más, es un trabajo más cómodo… Está claro que el cambio es a mejor, pero ahora tengo que esforzarme por volver a aprender, memorizar cifras y técnicas de trabajo… Sobre algo que no me gusta, que no me apasiona. ¿Hasta qué punto merece la pena tanto sacrificio?

Luego llego a casa y aunque debería estar a cien por cien (aún más, si cabe) determinada con las oposiciones, me encuentro con que estoy totalmente desganada. No es que no quiera estudiar, pero siento que estoy en plena crisis existencial. A veces me dan ganas de dejar el trabajo para, al menos, tener una rutina de trabajo normal con las oposiciones, con al menos un día libre a la semana, para respirar, para centrarme en lo verdaderamente importante.

A veces el trabajo me motiva pero otras solo me da motivos para distraerme.

Hace unos días, buscando en internet, encontré una oferta de empleo curiosa: …maestros…infantil…Alemania…pedagogías alternativas…formación previa en el idioma a cargo de la empresa… Envié candidatura. Así, a lo loco. Sin pensar demasiado. Total: viajar, aprender idiomas, independizarme, trabajar con niños, pedagogías alternativas. Es todo lo que me gusta. ¿Por qué no?

Entonces me llamaron. Que les gustaba mi currículum. Me sentí como una adolescente sin autoestima a la que nunca antes le han dicho que es bonita. Que el próximo lunes hay dinámicas y presentación de las condiciones.

Por el whatsapp me llega que si sí que si no que si no se sabe si sí o si no va a haber convocatoria de oposiciones.

Pues nada, yo me lanzo al vacío, como siempre. Otras veces ya me salió bien: conocí a mi chica, estudié en Madrid, en Salamanca, viajé. Siempre saltando al vacío. Pocas veces me han salido bien las cosas cuando he calculado demasiado. Lo importante es saltar en la dirección correcta, creo.

¿O no?

Veremos qué pasa.

¿Me voy a Alemania?

Y si

Desde los 18 años he trabajado en hostelería. En la zona en la que vivía (costa de Cantabria), era la manera más fácil y segura de conseguir un curro y sacar algo de dinero con el que alcanzar al fin la tan ansiada independencia de los padres. Curraba los veranos y guardaba lo que ganaba para poder seguir con mis estudios, así que nunca me gasté mucha pasta en viajes ni nada parecido. Encontré la manera de viajar sin sentir que estaba perdiendo el tiempo, siempre buscando la forma de dar un pasito más allá, más lejos del nido; todos (o casi todos) mis viajes estuvieron asociados al estudio. Luché contra mi inseguridad y mi baja autoestima: sabía que estaban ahí pero que debía arrinconarlos y seguir hacia delante. Con el tiempo se han ido haciendo pequeñitos. Noto que me observan, en la distancia, pero he aprendido a hacerme respetar y pocas veces se atreven a entrometerse en mis asuntos.

He ido por la vida como pollo sin cabeza, dando tumbos, manotazos. Aún no sé cómo me las he arreglado para llegar tan lejos a pesar de todo: una carrera y media, dos FP, un máster, varios cursos, au pair… Pero tan lejos nunca es suficientemente lejos. Tengo 30 años y sigo dependiendo de mis padres. Ahora también de mi pareja. Y con «suficientemente lejos» me refiero al día en que seré completamente autónoma (de pronto me suena divertido eso de conseguir que los niños sean autónomos, acaso lo llegamos a ser del todo los adultos alguna vez en la vida…).

En la última semana he cumplido 30 años, me han ascendido en el curro (un curro que no es mi sueño), me han llamado para una entrevista de trabajo en lo mío en Alemania, he sido más consciente que nunca de mi instinto maternal y sí, he dudado de todo.

Y si no lo consigo.

Y si esto no es lo mío.

Y si me quedo en este curro.

Y si me conformo con lo fácil.

Y si acepto esa entrevista y ese puesto de trabajo.

Y si paso del trabajo y solo quiero ser yo, mujer y madre.

Y si hago como que no pasa nada, sacrifico mi salud mental y emocional y simplemente sigo estudiando hasta tener mi plaza, porque esa es la única manera de cumplir al mismo tiempo todos y cada uno de mis sueños y aspiraciones…

 

Y si

Conversación del opositor

Qué incómodas son en general todas las conversaciones cuando eres opositor. Es increíble hasta qué punto siempre existe un componente de futuro en todo lo que decimos. Además, la gente vive hablando de sus certezas: voy a ir allá de vacaciones, voy a comprarme una casa, voy a tener un hijo, me voy a casar, estoy trabajando en esto, voy a seguir trabajando en esto, gano tanto dinero. Un opositor no tiene nada de eso. No tiene presente porque se lo está jugando todo a futuro, no tiene futuro porque planificar nada sería demasiado arriesgado para la ya de por sí débil situación de su auto-confianza y su auto-estima. No porque no sepa o no quiera tenerlas, sino porque es matemático: no se puede. Das el 100% y aún así nadie te asegura el triunfo. Quizá por eso duele tanto cuando depositan toda su confianza en ti y te dicen: sé que vas a lograrlo.

Odio hablar con pragmáticos. Me presionan a pensar que solo vale lo real, lo que existe ahora, lo tangible. Pero para mí lo tangible no es más que un castillo de arena en una playa que no es la mía. No sé hasta dónde va a subir la marea, si voy a resistir o si caeré a la primera embestida de las olas. No sé si después me quedará paciencia para volver a intentarlo.

Quizá por eso prefiero hablar con los soñadores. Los que parten de la nada y me ayudan a imaginar que TODO es posible. Los que se tirarían al vacío conmigo. Los que saben que no tenemos certezas, pero aún así te ayudan a construir una ambición poderosa que va más allá de lo que nunca has sentido, y que se convierte en la fuerza que te levanta de la cama cada mañana.

A esos, aunque apenas tenga tiempo para respirar pensando en otra cosa, los busco y procuro tenerlos siempre cerca.

Ya sé que no solo de aire vive el hombre, pero qué libertad siente uno cuando le enseñan a volar. 

Conversación del opositor

Recuperar el sentir de la vida

Aprobar las oposiciones es muy importante. Te juegas alcanzar un sueño. Te juegas la certeza de que vas a tener siempre encendida y bien alimentada tu vocación. Te juegas la seguridad económica que te permitirá disfrutar un poquito más cómoda la vida.

La vida. Ella también es importante. 

Vivirla. Despertarse por la mañana y disfrutar del café. De la suerte de poder sacar la nariz al mundo y sentir que hay un cielo que te cubre. Respirar. Sentir que el aire te llena los pulmones. Sentir el amor de algunas personas en la nuca, aunque estén muy lejos e incluso aunque ya no estén. Es importante querer el propio cuerpo, la propia mente. La forma única que tenemos de ser felices, de sonreír. Es importante dar las gracias por el aquí y ahora. Es importante dar las gracias por algunos besos, por el tacto de algunos brazos. Es importante disfrutar sin ningún motivo. Decir-se: soy aquí y ahora, completa y llena de vida. Soñar un rato con metas más cercanas, más alcanzables, más pequeñas, pero igual de bonitas… 

Recuperar el sentir de la vida

Instinto maternal

Últimamente veo muchos vídeos de youtubers mamás. Me gustaría decir que es únicamente por interés profesional: analizar las etapas del desarrollo psicomotor de las gemelas de Verdeliss, observar cómo gestiona los menús la Mamá Tatuada o seguir los primeros días del bebé de la familia de Coquetes para comprender cómo gestiona una madre los cólicos del primer trimestre… PERO. Pero no. El verdadero motivo es que tengo un instinto maternal que me dedicaría a ir por la calle metiendo la cara dentro de los carritos de las madres despistadas, para frotarla contra sus bebés, como Ponyo en el acantilado. O que saldría corriendo al Primark y me metería a toquetear bodis como una loca. O que me dejaría el sueldo en juguetines Waldorf para mi futur… Ejem. «Futuro». Enorme palabra… Paremos aquí.

No sé si es instinto maternal o qué es esto, pero es un impulso que hace que se me nuble la mente y que lo único que piense es en lo maravilloso que sería tener bebés AHORA (en este preciso instante) y lo absurdo que resulta esperar por cualquier cosa. Cualquier cosa que a otro ser humano le parecería razonable, como por ejemplo: tener una casa, o un coche, o un trabajo, un sueldo, estar completamente independizada, etc. ¿A qué narices esperas?, dice mi cabecita.

Espero que sea temporal y que en una semana ya tenga mi cabeza bajo control y pueda contestarle: Venga, estudia, que lo único que te separa de ser madre es (espero) aprobar estas oposiciones. Hazlo por eso. Por él. O por ella. Por lo bonito que vais a hacerlo. 

 

PERO QUE ESTUDIES, COÑO. 

 

 

Instinto maternal

Oposiciones, perros y maestras

Vuelvo a leer (ahora que ando en nuevos proyectos) las entradas anteriores de este blog y me sorprende descubrir cuánto ha aprendido/cambiado en este tiempo mi yo educativo. Algunas cosas me producen cierto desasosiego, porque percibo en ellas un modo de hacer o de pensar el niño un tanto irrespetuoso. Los últimos cursos de la carrera y sobre todo, durante el máster que he cursado, he podido leer y conocer aún mejor algunas teorías de educación y cuidado respetuoso hacia el niño (como las de Carlos González, por ejemplo).

No es que cuando consiga sacar mi plaza en las oposiciones pretenda llevar a cabo una educación que siga un modelo estricto, porque nunca me ha gustado demasiado esa idea, pero sí que me replanteo algunas cosas. A lo mejor es fruto de años sin pisar una clase, que una idealiza el aula de infantil (seguro que esto lo dirá más de una al leer mis líneas)… Pero lo cierto es que creo que los motivos están bien fundamentados y que son muy lógicos. Ya hablaré de ello más adelante, porque esta entrada solo quiere ser una pequeña introducción a un volver a usar este blog para hablar de mis cositas.

Una opositora es una personita que vive obsesionada con las oposiciones.

Una opositora con vocación ya… LO FLIPAS. Soy un coñazo. Lo sé. Que se lo digan a mi chica. No salgo de la papelería, los esquemas de organización, la legislación, el respeto al nivel del desarrollo del niño. Supongo que por eso cuando le comenté la idea de «hacerme youtuber» se mostró tan encantada de la vid (a ver si así le pega el coñazo a otro, la chica esta).

La cuestión es que bueno, en el fondo, estoy disfrutando las oposiciones. Si me pagasen por aprender cosas relacionadas con la Educación Infantil estaría encantada. Sin el estrés del examen ni de tener que preparar un examen oral de memorieta de 50 minutos de duración delante de un tribunal. Matadme.

Luego hay otras cositas que te dan ganas de morir, también. Como lo de tener un vecino c****n cuyo perro aúlla durante horas cada vez que lo dejan solo en casa, y que para más inri, cuando le dices que después de un año a lo mejor tienes que tomar medidas, te responde que en lugar de amenazar tendrías que ofrecerle soluciones. ¿HOLA? PERO BUENO, SEÑORA.

En fin.

En lo personal no puedo ser más feliz. De hecho, vivo uno de esos momentos que saben tanto a felicidad que huelen a tormenta. Pero es que tengo la intuición de que no. Que va a seguir todo así y que este 2017 va a ser maravilloso. 2017. Tomad nota de esta afirmación. No vaya a ser que tenga que comérmela o grabármela en la piel con un tatuaje.

Esperemos que lo segundo 🙂

 

Oposiciones, perros y maestras

Diario de prácticas IV: Mimos

Hoy la clase ha sido tranquila: ni vomitonas ni lloros. Al menos no demasiados, quitando un par, tres, cuatro, cuatrocientos incidentes con A, que no paraba de empujar a lo demás, quitarles sus cosas, meter y sacar chupetes como si los bebés fuesen muñecas:

A., se acerca al bebé y le saca el chupete. Éste se pone a berrear porque no entiende lo que pasa ni adivina por dónde le vienen los tiros (mira alrededor buscando un adulto que le devuelva el trocito de plástico a la boca). A., mira al bebé en plan “Y a este qué le pasa. Que yo mando, y si digo que le quito el chupete pues se lo quito. Además, mira qué raro, cómo berrea, cuánto ruido”. Así que vas tú y a la de tropecientos ya levantas la voz y te pones muy seria. Hay que quedarse mirando un rato, porque si te despistas vuelve a la carga, la tía… Y bueno, al menos los chiquitines hacen más caso… Ya veo que los mayores ponen más a prueba, para ver hasta dónde les te dejas.

Voy saludando a todos uno a uno (qué difícil es acordarse de los nombres de todos), y cuando me giro a darle un besito a O., estira los brazos y me apoya la carita triste en el hombro, dejando flojas las piernas para que note yo que, si quiero, se tira todo el día dándome achuchones. “Se nota que en casa le miman mucho, es su forma de expresar que echa de menos a los papás”.

A mí al principio me parecía que a lo mejor estaba malito, pero luego ya la profesora me dijo que no, que si les dejas se ponen cada vez más cariñosos y se pasarían el día así. Es complicado ¿qué se supone que tienes que hacer? ¿es una necesidad emocional del niño que la maestra debe resolver? ¿hasta qué punto? ¿solo un ratito y luego le pones a “jugar”? Me imagino que estas cosas las vas viendo más claras a medida que adquieres experiencia, pero también me da la sensación de que con el tiempo te “insensibilizas” al lloro del niño, y tampoco quiero eso. Como con A., un niño al que se notaba muchísimo que le dolía en el corazón la ausencia de los padres, cada vez que te miraba con sus lagrimones rodando por las mejillas y después señalaba la puerta, mientras intentaba articular con la lengua detrás del chupete “apá, apá, amá, amá”.

Luego en la asamblea la maestra se ha puesto seria con M., que después de un mes de periodo de adaptación todavía no se sentaba con los demás, sino que miraba a escondidas desde detrás de una mesa mientras daba el biberón a su muñeca. “Venga, ya toca sentarse con los compañeros”. Y M., te mira con cara muy afectada y te dice que “nonono” con el dedito.

Aúpa y culo al suelo, hombre, con los demás. Parece que se le cae una lágrima pero pronto alucina con las canciones de la profe y participa como la que más. Cuando ya ha terminado la asamblea me quedo jugando con un par de niños, y de pronto veo que M., tiene una lagrimilla debajo de cada ojo y está como asustada. Espera, a ver si va a ser que… “¡M., que ya te puedes levantar! Venga. A jugar con las casitas”, y la pobrecita me mira aliviada y se va a coger de nuevo su muñeco favorito.

Mientras les descalzamos y les pringamos los pies con pintura marrón y amarilla para hacer las hojas del árbol en otoño (de uno en uno, qué cara con la sensación de la pintura en los pies, con el hecho de dejar marca, cuántas expresiones, cuántas diferencias, cuántos matices en sus reacciones) me dice la profesora que aquí no puede hacer muchas cosas de mancharse: “claro, me los mandan con camisas de Tommy, de Hugo Boss, y qué quieres. Pues no hacemos nada. Luego vienen los papás y te echan la bronca porque se habían gastado 150 euros en ese polo. Yo intento decirlo en las reuniones, pero no hay manera”.

Mal, algo hay que hacer con esto. No me gusta el babi, pero en situaciones así parece que es la única opción…

¡Llevad a los niños al cole con un chándal viejo y muchas ganas de mancharse! Luego les ponéis bonitos para ir al parque, o al paseo, o a la cena. Cada cosa a su tiempo, papás.

Al final he conseguido quitarme de encima a O., y he visto que se entretenía jugando por ahí sin acordarse ni un poquito de mis mimos. FENÓMENO.

Pues nada, otro día más. Hasta la semana que viene.

Diario de prácticas IV: Mimos

Diario de prácticas II

Ayer tuve otro día de prácticas, y esta vez sí pude quedarme al menos tres horas. Llegué en el programa de madrugadores, donde están todos los niños juntos (de 0 a 1 y de 1 a 2), y después ya hicimos la división por aulas (a mí me tocó de 0 a 1).

Me fascina hasta qué punto se ve en estas edades aquello que estudiamos tanto en clase de que, hasta que tienen año y medio o dos años de edad, los niños no se relacionan entre sí: en la clase se mueven como islas, o se acercan entre ellos solamente para tocarse el pelo, la carita o el chupete como si fuesen un objeto más del mobiliario. Bah. En realidad a veces creo que se miran simplemente como si desconfiasen, pero tampoco parece que se necesiten, la verdad. Precisamente, la maestra me comentaba que sus hijos a esas edades en el aula tampoco se relacionaban, y sin embargo cuando se encontraba con sus compañeros en el parque, sí que se saludaban como diciendo “¡Anda mamá! Yo a ese le conozco, viene conmigo al cole”, y hasta compartían algún juguete.

El día lo pasé básicamente hablando con la profesora sobre la organización de las rutinas en el aula y abrazando a los niños como si no hubiera mañana. Se me había olvidado hasta qué punto era todo mocos y babas. L. estaba con los dientes dando guerra y se pasaba el día con las manos en la boca, luego querías darle la mano para llevarlo a algún sitio y se te resbalaba entero…

O. acababa de aprender a andar y se dedicaba a corretear por el aula como podía, haciendo ruiditos con la lengua, y sonriendo que te morías de ganas de comértelo a besos cada vez que pasaba por tu lado. Luego se arrastraba los mocos verdes hasta la boca con las manitas y te querías morir, también. O cuando vomitaba y abría la boca tumbado en el suelo y parecía que iba a volver a comérselo todo.

“Aquí hay que tener siempre la puerta del baño cerrada, porque te descuidas y está uno metiendo el brazo hasta el codo, DA IGUAL LO QUE HAYA DENTRO”.

El pobre D. entra llorando desconsolado, y se encarama a una sillita como sin saber qué hacer con su vida (abre la boca berreando a tope sin que se le caiga el chupete, yo a eso lo llamo “magia”). Le miro con cariño, porque no me deja tocarle, y le ayudo un poco a darse la vuelta hasta que por fin consigue quedarse tumbado. Parece que eso le calma, así que le acaricio la frente, el pelito, la tripa… y él no deja de mirarme con sus ojos marrones muy brillantes, y yo le sonrío, y le digo que así, que tranquilo, que no pasa nada…

Hoy también quiero quedarme.

 

 

Por cierto, he vuelto a ver a una maestra indignadísima y enfadadísima porque a los dos minutos de salir al patio tres niños se habían tirado a un charco, y yo he vuelto a prometerme a mí misma que en mi clase (cuando la tenga) será obligatorio tirarse a los charcos.

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Diario de prácticas II

Diario de prácticas I

Este martes fue mi primer día de prácticas del curso en un colegio religioso en Salamanca. No es que yo sea creyente (de hecho más bien aborrezco todo lo que tenga que ver con la religión), pero en el reparto de clase tocó así, y a mí me gustó la idea de poder tener contacto con niños de 0 a 1 años.

Hice un gran esfuerzo por mentalizarme antes de entrar, pero no pude evitar salir con la boca abierta: no solo me llamó la atención la decoración de la escuela con vírgenes y crucifijos (sabía a lo que iba, y entré al colegio con la mentalidad de respetar la elección de los padres que habían decidido llevar allí a sus hijos), también me dejó boquiabierta ver a niños de dos a cinco años rezando una oración nada más entrar en la clase.

Ahí ya empecé a pensar que eso sí que no era moral, por más que uno fuese religioso: adoctrinar tan temprano a los niños, ¡qué repelús!

Pero otra vez mi cabecita me pidió que me relajase, y que me viese a mí misma como una mujer llena de prejuicios que necesitaba calmarse un poco.

La profesora que nos iba guiando fue explicándonos el funcionamiento del centro y qué era lo que se suponía que nosotras tendríamos que hacer… pero yo ya tenía la mirada clavada en el aula de enfrente (la pared que la separaba del pasillo era un cristal enorme a través del cual podíamos mirar). Me fijé en todo lo que podía fijarme: la organización, la decoración, todo.

Total, que a duras penas pude contener el grito de indignación (sí, lo hice).

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¿Cómo te imaginas un aula de infantil? Si no sabes nada de educación infantil te la imaginas llena de pinturas y niños corriendo como locos. Si sabes algo de educación infantil, TAMBIÉN.

¿Dónde estaban los rincones? ¿La zona de juegos lógico matemáticos? ¿Y el juego simbólico? ¿Y el material de experimentación? ¿Y, y, y los dibujos de los niños decorando todo el aula? ¿Y el rincón de las estaciones? ¿DÓNDE ESTABA TODO?

Yo allí solo veía a una señora grande y muy seria guiando la oración, en un aula ocupada por pupitres y paredes llenas de crucifijos. Eso sí, todos los niños estaban quietos, inmóviles en sus sillas, bostezando delante de un libro de texto inmenso que parecía que quería ocupar toda la mesa.

EN FIN.

Después bajamos al aula de los más pequeñines, donde me voy a quedar yo, y casi tuve que ir recogiendo los litros de babas que se me caían por todo el suelo de lo bonitos que eran. Solo me quedé un ratito allí, cerca de cinco minutos, pero cuando salí ya había: sonreído a toda la clase, recibido sonrisas, consolado las lágrimas de una niña que se llamaba como yo, dado abrazos y tocado sus naricitas con la yema de mis dedos.

Y nada, que muchas ganas de quedarme, claro.

Diario de prácticas I